Desde niño aprendí a observar el mundo a través de los gestos. No solo escuchaba lo que se decía, sino lo que se callaba. Las emociones —esos ríos subterráneos que nos atraviesan— siempre me han fascinado. En escena, he aprendido a descifrarlas, a darles cuerpo. Soy capaz de habitar la cima de la alegría, de transmitir la ternura más sincera, y también de sumergirme sin miedo en los pozos más oscuros del alma humana. Ese tránsito entre extremos es lo que alimenta mi arte: la verdad emocional, en carne viva, sin filtros.

Como actor, me defino por mi presencia física y mi versatilidad emocional. Me muevo con la precisión de un especialista de acción, pero actúo con la mirada de quien ha vivido muchas vidas. Cada personaje que interpreto es un puente entre mundos: del héroe silencioso al villano que arde por dentro, del padre que protege al alma errante que busca redención. No me interesa repetir fórmulas; lo que me mueve es descubrir capas nuevas en cada papel, explorar lo humano incluso en los cuerpos más extremos.

Mi formación incluye lucha escénica, acrobacias, conducción de precisión, manejo de armas y una sólida base teatral. Esto me ha permitido trabajar en producciones como Xtremo, El Inocente, Cuerpo en llamas o Tú también lo harías, integrando lo físico con lo emocional. Pero más allá de las etiquetas, me siento cómodo habitando el margen: ese lugar donde el cuerpo cuenta historias que las palabras no alcanzan, y donde lo emocional y lo visceral se funden.

En la industria, encajo como actor de acción con profundidad dramática. No soy solo quien ejecuta una caída o lanza un golpe: soy también quien carga con las consecuencias emocionales de ese acto. Me muevo con naturalidad en géneros como el thriller, el cine de autor, la acción con trasfondo psicológico o los dramas donde el cuerpo está en juego. Camaleónico por necesidad, pasional por vocación, sigo buscando historias que exijan entrega total. Porque actuar, para mí, no es fingir. Es vivir, intensamente, por un instante, otras vidas.